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Historia del valle de Miera

La población de este vallese remontan al menos al período auriñaciense (30.000 a.C.), tal y como lo demuestran los restos encontrados en la Cueva del Rescaño (Mirones). Otros restos testimonian la presencia de grupos humanos durante el solutrense (19.000 a.C.) y el aziliense (9.000 a.C.).

Ya en la Edad de Hierro (I milenio a.C.), los cántabros fundan asentamientos en la zona de Liérganes, como los recientemente descubiertos en los Castros de Castilnegro y Peñarrubia.

El primer documento escrito que ha llegado hasta nuestros días está fechado en el año 816, y se refiere al monasterio de San Martín de Liérganes, ya desaparecido. En la Alta Edad Media, la zona alta del valle se convirtió en uno de los escenarios de expansión de la comunidad pasiega y de su modelo de ocupación y aprocechamiento del espacio, que cobraría fuerza durante los S. SXVI y XVII.
Durante los siglos XVII al XIX tienen lugar algunos de los hitos más relevantes de la historia económica y social del valle. La instalación de las fábricas de artillería de Liérganes y La Cavada (con toda la parafernalia de infraestructuras que se le asocia, especialmente las vinculadas al propio río Miera, y de modo muy especial el monumental resbaladero de madera de la cuenca alta), las idas y venidas en el desarrollo del camino de Lunada, finalmente infrautilizado, o el desarrollo de la actividad termal de Liérganes son los aspectos más importantes de este período.


Desde finales del siglo XVI el comercio ultramarino y el protagonismo oceánico se vió limitado a aquéllas naciones con capacidad militar en el mar, y la disponibilidad de cañones era cuestión prioritaria. Además, el cobre, base del bronce y metal preferido de la industria tradicional, había disparado sus precios al amparo de una oferta estancada, del crecimiento económico del siglo XVI y de los variados usos de que era objeto. También el hierro forjado resultaba caro y sólo permitía la elaboración de piezas muy toscas. Los altos hornos y el trabajo de molde eran la solución más rápida y menos costosa.
El por qué de la ubicación en Liérganes y La Cavada responde a varios factores, entre los que citaremos, por evidentes, la proximidad de los centros de extracción de materia prima (a partir de los abundantes bosques de la dotación forestal, y de los yacimientos de mineral de la Sierra de Cabarga o Somorrostro), la disponibilidad de energía y de un medio de transporte para la madera (el río Miera), y mano de obra abundante, barata (era una época de penuria económica en la región y cualquier salario era bienvenido) y con cierta especialización, lo que era previsible dado el hábito tradicional en el trabajo de la piedra, la madera y en los establecimientos ferrones preindustriales.


Se construyeron dos altos hornos en Liérganes que contaban con un cabrestante para la saca de cañones y la introducción de los moldes en la cuba. Se levantaron también dos hornos de reverbero, para refundir el hierro colado para los objetos de artillería, dos hornos de represión, en que fundir moldes de bronce, uno de cementación para producir acero con que barreñar cañones, dos hornos tostadores y otro pirómetro para ensayos metalúrgicos. Carboneras, lavaderos, obradores de herrería y carpintería, almacenes, oficinas y edificios de habitación completaban el montaje de las Reales Fábricas, para cuya puesta en marcha fue necesario además el desarrollo de cuatro importantes obras hidráulicas: las presas de Liérganes, La Cavada y Valdelazón y el zapeadero sobre el Miera. Aquí se construyeron, según Alcalá Zamora, durante dos siglos “…los cañones más feos y los mejores del mundo".


De aquella actividad aún quedan algunos mudos testigos, como la gran presa de Liérganes o la casa del Rey de Lunada, aunque seguramente el elemento patrimonial más destacable de aquél período sea el magnífico resbaladero de madera del que apenas se conservan los muros de la base. El resbaladero se construyó entre 1791 y 1795, aunque funcionó desde 1792. La obra se desarrolla en un momento en que los bosques de la comarca están muy reducidos por la explotación continuada a que estuvieron sometidos, y a partir de una ampliación de la dotación forestal que afecta a los valles de Soncillo, Cilleruelo, Sotoscueva, Valdeporres, Espinosa de los Monteros y las Merindades de Villarcayo, Montija y Losa, al otro lado de la divisoria de aguas cantábrica. En ausencia prácticamente total de comunicaciones el resbaladero resulta la mejor opción, y la Empresa del Miera, encargada de las obras, desarrolla un amplio tobogán de casi 2.400 metros de longitud para salvar 600 metros de desnivel, con sección cóncava sobre un montaje de madera en tijera que requirió la utilización de 5.000 ejemplares de haya.

Durante el siglo XVIII tiene lugar uno de los procesos históricos más trascendentes para el devenir del valle, la lucha por la primacía en las comunicaciones con la meseta. La opción de articular las comunicaciones con la meseta y el valle del Ebro a través del eje industrial Santander- La Cavada- Liérganes- Espinosa de los Monteros, a través del Portillo de Lunada, fue seria alternativa al camino del Besaya durante varias décadas. Es más, el propio camino hacia Castilla juega un papel esencial en la configuración de la trama urbana heredada de algunos de los núcleos de la zona baja del Miera; por ejemplo, Liérganes, se desarrolla a partir de una serie de agrupaciones que de una u otra manera se vinculan al camino o al otro elemento clave en la vertebración del territorio del valle, el propio río, el Miera. Las relaciones entre cada uno de los barrios y los dos elementos esenciales en su ordenación, camino y río, se muestran una y otra vez, en la disposición de los edificios (formando hileras junto al trazo de la carretera, o en su propia estética, más relevante hacia el camino, como en el caso de la casona de los Miera Rubalcaba) o de los elementos consustanciales a la obra pública ligada al camino, como el Puente Mayor.


Finalmente el otro asunto prioritario a la hora de comprender la evolución histórica, social y económica del valle viene de la mano de la actividad termal ligada al manantial de la Fuensanta. Las primeras noticias respecto al afloramiento de aguas termales en la Comarca datan de 1697, cuando en la obra del catedrático de la Universidad de Alcalá, Doctor Don Alfonso Limón Montero, titulada "Espejo cristalino de las Aguas de España, Fuentes, Baños Termales, etc." se cita la Fuente Santa de Liérganes. Si bien es cierto que las bondades de las aguas medicinales de la comarca eran conocidas y utilizadas por los habitantes de nuestros pueblos desde tiempo inmemorial, no es hasta principios del XIX cuando se origina la expansión del fenómeno balneario.


La época de expansión del balneario comienza a mediados del siglo XIX. La casa de baños que se levantó desde 1844 constaba de un edificio de una sola planta de 26 por 22 metros. Se inaugura en 1862, fecha en que se realiza el primer análisis químico de las aguas por el doctor Roiz. Los resultados de los análisis hablan entonces de unas aguas de mineralización media, hipotermales, con una temperatura en la surgencia de 15ºC a 19ºC lo que lleva a su catalogación como "…aguas mineromedicinales sulfurado-cálcicas, cloruradas, sulfatadas, nitrogenadas, sulfídico-azoadas" con intenso olor. Las indicaciones para las que se aconseja su uso son en primer lugar las enfermedades respiratorias, seguidas por las de la piel, reumatismo y afecciones estomacales. En 1864 se levantan el antiguo hotel y la fonda para albergar a los bañistas. Tras formar un consorcio en 1879 se construye el Gran Hotel de Liérganes. Existen informes y referencias de 1886, 1888, 1899 elogiando sus instalaciones.


El conjunto se completaba con un extenso parque, una capilla y un nuevo Gran Hotel. Las innovaciones técnicas realizadas en los años sucesivos hicieron de este balneario uno de los más visitados, incluso la familia real acudía a Liérganes durante sus estancias en el Palacio de la Magdalena.


Las obras de construcción y las sucesivas ampliaciones que se llevan a cabo durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX, determinaron el desarrollo urbanístico de Liérganes, ya que además de las propias dependencias balnearias, se construyeron durante estos años numerosos edificios dedicados a alojamiento, servicios variados, infraestructuras de transporte etc, atrayendo hacia sí el centro urbano.

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